¿Por qué leer El círculo de la luna clara?
El círculo de la luna clara es una novela en la que se entrelazan cuatro historias. Un grupo de supervivientes del cataclismo que sufre el planeta; un maníacodepresivo que se refugia en un bosque para vivir solo; un muerto que habla con los vivos; una gata que sigue las andanzas de su dueña. Todos ellos protagonistas de esta novela que a continuación te explico y de la que te dejo leer un pequeño extracto.
A pesar de que El círculo de la luna clara comienza contando el cataclismo que sufre la Tierra, poco a poco se van introduciendo nuevos elementos en la narración. Éstos están relacionados de alguna manera entre sí, a pesar de que no necesariamente coinciden en el tiempo. La novela, en definitiva, no sólo es una distopía, sino que incursiona en distintos géneros.
El grueso de El círculo de la luna clara lo escribí en una casita muy similar a la que sale en la novela. Allí, sumido de lleno en la escritura, entré en un estado de trance que duró unos tres meses. Tan absorto estaba en la escritura, que muchos de los sueños que por las noches tuve en esa época, aparecen en el libro. Es por ello, tal vez, que en el texto aparecen fantasmas, ensoñaciones, sueños, miedos, esperanzas. Fantasías que en realidad son una coartada para sumergirse de lleno en el alma humana.
Y como la mejor manera de conocer una novela es leerla, a continuación te invito a que leas un extracto del primer capítulo. Espero que lo disfrutes.
El sol se fue. Decidí coger el tren para volver a casa. Cuando ya me disponía a entrar en la estación, vi sobre mi cabeza, y allá a lo lejos, donde el horizonte se confundía con la mar, que en el cielo se formaban extrañas formas que se movían con una rapidez sorprendente. Una cascada de colores que se agitaba arriba y abajo, de izquierda a derecha, en todas las direcciones, iluminando los cielos de rojo, verde, azul, morado, violeta, asemejando rostros doloridos, bocas que se abrían y cerraban como si gritaran lamentos, aullidos, espantos, alertándonos quizás.
Me quedé quieto. Observando. Escuchando los ruidos, el tráfico, el murmullo de la gente. Observaba. Escuchaba. Entonces, de repente, en un suspiro, todo paró. Dentro de mí. Fuera. Todo paró. Primero fue un segundo interminable, magnífico, estupendo de silencio. Después se oyeron frenazos, choques, gritos y una especie de exclamación de asombro colectivo. Los coches se detuvieron. Los semáforos y las escaleras mecánicas
de la estación dejaron de funcionar. Las luces se apagaron, las de los coches, las de las tiendas, las de los bares, las de los edificios. Todas. En un acto reflejo, muchos al mismo tiempo lo hicimos, cogí mi teléfono y lo miré. Estaba apagado y no se encendía. Miré las caras de la gente, y a pesar de la oscuridad vi miedo.
Un apagón total, definitivo. Por fin ocurrió, sabía que algún día pasaría, grité eufórico. Una fuerza dentro de mí me estremeció y
salió afuera en forma de carcajada. Percibí que alguien me miraba como se mira a un loco. Me dio igual. En ese momento ya sabía con total certeza que el mundo, ese mundo, mi mundo, nuestro mundo, se había acabado.